Isabel Ortiz

Brote del resurgir

Señor de vida exenta,

dulce andante sin ruedas.
 
 
 
En la copa azul, siempre altivo.

Es el prófugo de cuerdas sueltas,

en lo exterior entero se sumerge,

silencioso y contemplativo.
 
 
 
Un nuevo ciclo, una nueva memoria

se disuelve en la rapsodia.
 
 
 
Los estorninos lo aclaman 

a voces de su custodia.

Despliegan su rumbo flácido 

y por el aire sufragan.
 
 
 
Tácitamente me arropaba.

La infusión cálida me solazaba.
 
 
 
Las mariposas a la luz besaban, 

los telones finos suscitaban

¿Es sólo un pasaje diario 

o una novela romántica?
 
 
 
Esperanza que germina aromática,

el brote de una tranquilidad dramática.
 
 
 
Me hierven las mejillas en su deslice,

mientras sigue por la vida edáfica.

Se filtra tamizada por la ventana 

la luz del sol que palidece.
 
 
 
Tapizan el azur por instantes breves 

los matices fundidos solemnes.
 
 
 
Pone fin a su existencia

prodigando sus ráfagas lucientes.

dando paso a la luna prominente

para continuar la secuencia. 
 
 
 
A los que anhelan y a los que sufren,

los oprimen y los reducen.
 
 
 
Que hay ahora de esos lamentos

que nacieron a partir de días que embullen,

así como la luna seguía su lento ascenso

dando preludio a la cálida noche.
 
 
 
Bajo una galaxia, cielo humeante.

Cruzan mis deseos entre el sopor atrapante.
 
 
 
Me recae el peso de la vida misma,

mientras que la noche pasionante

transcurría cálida y plácida,

mi sentir se eleva por la cima.
 
 
 
Un momento para el roto fragmento,

un poco más de vida para este lamento.
 
 
 
Levanta el perfume de cardos antiguos

un terso nublo en movimiento,

que luego fallecen en la profundidad

de sus caminos continuos.
 
 
 
La autoría del ocaso muere con el renacimiento
 
de la melodía en el céfiro;

amenizan su despedida

pues así será abstraída su lejanía.
 
-Isabel. O