Imagina un desierto vasto, donde el horizonte se pierde,
donde la arena se desliza como susurros olvidados,
y el sol, un testigo silencioso, quema la piel,
mientras nos encontramos, perdidos en el eco del vacío.
A nuestro alrededor, el silencio es un lienzo,
pintado con los colores de nuestras fantasías,
y en cada grano de arena, un deseo oculto,
un refugio para nuestros sueños, desbordados y salvajes.
En este paisaje desolado, donde el tiempo se detiene,
tu risa se convierte en melodía,
una sinfonía que desafía la soledad,
y nuestros ojos, brillando con la locura del instante,
se encuentran en un universo que inventamos.
Nos abrazamos a la locura de la nada,
donde cada palabra se convierte en un hechizo,
y en el aire pesado, las promesas flotan,
como nubes de algodón que nunca se desvanecen.
Aquí, en este rincón olvidado,
los murmullos del viento llevan nuestras historias,
tejiendo un tapiz de anhelos y susurros,
donde el amor se siente etéreo, casi divino.
Las estrellas comienzan a asomarse,
como destellos de esperanza en la inmensidad,
y mientras la noche se despliega,
nuestras almas danzan, libres, sin ataduras,
en un vals que desafía la realidad.
Y aunque estamos en medio de la nada,
en este desierto de sombras y espejos,
creamos un mundo solo para nosotros,
donde cada latido resuena con el eco de nuestros sueños,
y la fantasía se convierte en nuestra verdad.