En la cima de un risco solitario,
donde el viento es lamento y desvarío,
mi corazón naufraga en un calvario,
buscando en la penumbra tu rocío.
La bruma danza entre pinos callados,
susurrando tu nombre en el abismo,
y las estrellas, velas apagadas,
se hunden en el eco de un exorcismo.
Fui viajero del amor en su alborada,
peregrino de un sueño tan fugaz,
y ahora, bajo esta luna desgarrada,
te busco en cada sombra, en cada faz.
El río, un hilo plateado en la noche,
canta tu risa, su murmullo amargo,
mientras mi pecho, en su cruel reproche,
grita que olvidarte sería un letargo.
Tus labios fueron fuego en mi sendero,
rojo carmín que encendió mi piel,
hoy son ceniza de un mundo pasajero,
un eco roto bajo un laurel.
La tierra exhala aromas de un otoño,
hojas que lloran su verde pasado,
y cada paso mío, en su abandono,
es un latido más desangrado.
Tus ojos, dos lunas de agua escondida,
brillan aún en mis sueños de cristal,
mas la aurora me arranca su embestida,
y despierto a un mundo frío y mortal.
El cielo, herido de tonos carmesí,
me envuelve en su manto de duelo y dolor,
y pienso: fui del amor un aprendiz,
que perdió su rumbo, su flor, su fulgor.
Así, en este risco, bajo un sol tardío,
declaro mi amor al vacío, al ayer,
y aunque el viento arrastre mi desvarío,
sigo esperando, amor, volverte a ver.