Le he puesto fin a este debate,
que dilema ha quedado resultante;
¡Qué audacia tienes!
que si de mis dudas eres causante,
y del sentir, mi agobiante,
¡pobre de mi corazón con delirio de navegante!
Dime, ¿no sientes pena por este navío?
Ha caído en la trampa que le has tendido,
En la inmensidad de tu mar se ha hundido,
Y no puede contarle a nadie que se encuentra perdido.
No me digas que te sientes confundido,
Que yo ninguna pena tengo en admitirlo,
me tientas, me enredas,
me llamas, me alientas,
me buscas, me encuentras,
me gustas, me encelas.
Hoy con tu roce provocas mi suspiro,
Eres, pero sí, el más dulce castigo.
Desesperada, busco el alivio,
Pero no podré llegar lejos si a ti te imploro mi exilio.
Tengo miedo de mirarte uno de estos días y que ya no quiera que me llames por mi nombre.
El cómo puedas llegar a marchitarme como hombre,
Que le tenga que poner a mi amor un sobrenombre,
Para ocultar lo que se esconde,
Aquello que, si preguntan, ninguno de los dos responde...
No me limites a solo quererte, que tengo tantas cosas en mente,
Pruébame, si así lo crees prudente.
Que yo te juro que de amor puedo morir,
Que si se trata de sentir, la palabra poco, nunca vendrá a mí.
Ya no me tientes, que de mis ganas no puedo huir,
No me dejes sola, pensando las cosas que me gustaría poderte decir.