Y yo,
simplemente,
me ahogo un poco más rápido.
Dime un precio,
dime un precio que valga la pena,
que lo valga para ti,
que no me hagas pagarlo a largo plazo.
Llévame a ver los veleros en pleno atardecer,
en donde solo estemos tú y yo,
sin personas alrededor.
Devuélveme las ganas de regresar a casa;
hazme sentir que tú eres mi hogar.
Tengo dos tickets en mi cartera;
tú escoges el destino.
Me dejo caer totalmente en tus manos.
Tú tienes el poder:
o me construyes,
o simplemente me aplastas con tus manos,
hasta convertirme en una ceniza.
Una ceniza que se la lleva el viento
y la deja caer en nuestro lugar favorito,
como un recordatorio de que en un momento,
en determinada hora,
tú y yo nos miramos por primera vez.