Deseo mucho, sí,
pero con poco
me contento.
—Quixote dixit.
Te deseo,
sí,
te deseo felices fiestas,
y que la entrada de año,
un cuarto de siglo ya,
sea la que te mereces,
madre de familia, rota
de tanto forzar el esqueleto,
saciada de amor
con tan poco, y en espera
de que la prosperidad, esa,
tan anunciada y mancillada,
sobre todo en estas fechas,
sea una realidad tangible,
palpable, masticable, y no
el lema comercial de una marca
de turrones, o el emblema
azucarado de una caja
de galletas inglesa, y que calor
y fuego sean sinónimos, o acaso
causa y efecto de un mismo hacer,
de un intentar que el bien del otro
se apareje al tuyo luchando duro
desde las siete de la mañana...
Deseo que hoy, por fin, dejes
de tener que desear cada año,
por estas fechas, que yo, él, ese,
y el resto de mis hermanos
vivamos haciendo equilibrios
sobre un cordel que no merecemos
por méritos, porque no hemos
salido a ti, porque somo unas balas
que por orificios alternativos
se perdieron del revólver de un diablo,
y hasta hemos asaltado algún banco
—no sé si recuerdas ese del Parque
de María Luisa, ocupados por dos
enamorados, y que tuvieron que irse
por el ruido que hacíamos con las risas—,
y tu actitud gallinácea para con los tres,
como si la necesidad de acalorar los huevos
que nos vieron nacer, todavía hoy, cuando
somos ya padres de familia, fuera crucial
para que el envejecimiento que nos espera
a la vuelta de la esquina se cumpla como
debe cumplirse, como está programado.
Te deseo, sí, y solo te deseo
que vivas lo suficiente
para ver a tus nietos en la cúspide
soñada en tus breves y trabados sueños,
y quiero que dejes de pensar en mí,
que te centres en ti, en terminar tu misión,
en realizarte hasta tu punto y final
según el plan que alguien ideó para ti.
Eso te deseo, y a papá también.