De la densa niebla en aquel frío atardecer
broto aquella mano de largos y suaves dedos
que toco mi hombro y me hizo estremecer.
Me quede inmóvil por un par de segundos
y en ese instante sentí unos sensuales labios
susurrando a mí oído con un cálido aliento;
te amo tanto que te daré la muerte
como el regalo más grande que pueda darte,
porque sólo en ella son inmortales los amantes.
y lo último que sentí, fue el acero traspasando mi carne
y solo pude exhalar un último suspiro por esos labios amantes.