No fue ni siquiera la foto de tu novio contigo en el móvil, felices y eternos,
O que saliese espontáneamente en conversación.
Fue hablarlo, más tarde por la noche, a la luz de decoraciones y alcohol.
Saber que tú también me viste la mente a través de las pupilas; ser los dos conscientes del empape de la lluvia incesante de la tarde.
Fue eso lo que empezó a acumular esta bola de angustia y dolor, esta presión en el vientre que llevo arrastrando desde ayer y que ahora me oprime el pecho, y no puedo respirar.
Fue la tarde de canciones y memorias compartidas, en unísono con risas y nervios. La idea de no poder volver a verte de la misma manera, la idea de seguir genuinamente queriendo verte y pasar tiempo contigo pero tener que desahogar estos sentimientos que ahora son tan… ilícitos, extraños, imposibles.
La idea, la posibilidad de haber jodido una amistad simple y preciosa por unos sentimientos que no son culpa de nadie. Y quizás, no tener a nada o nadie a quien darle la culpa.