Era cóncava la verdad y estrafalaria la mentira.
Un enternecer silencioso entre cabriolas y violín.
La grandilocuencia de una caricia hexagonal.
Un soplido impertinente de la furia gibosa.
Era la mano que hace explotar las palabras, las enmudece,
y nunca obedece al embrollo lexicográfico.
Como de manera pegajosa distrae lo que sucede, sin saber
que en su vanidad acéfala es solo la oficiosidad
de la pena que, al caer al fondo de un barril, huye de sí misma.
Menaje orondo es la melindrosa memoria del ser,
el hálito que platica dulcemente con el papagayo.
Osmosis de agua ósea que dispersa calcio
en polvo y vuelve a ser agua de sarcófago.
Suena una llamarada en falda adormecida y
deja de ser explotadora desusada y cabalgante.
Pero el ojo deseable ignora que la huida es dilación,
y tanta mazmorra de prisa libera la diéresis dentada...
Y no sabe que es la gramática dichosa de una castidad disgustada,
que la luna efusiva del espanto, en un año luz, evapora.
Ivette Mendoza Fajardo