Bajo el cristal sucio de un autobús
Cuando un espacio puede contener tu existencia,
aunque solo por un instante,
la reflexión se encarna en la ventana.
Ella estaba allí,
perdida en sí misma,
fugándose del ahora
como un eco que no encuentra pared.
Recostada y aferrada al viaje,
mi mirada, un anzuelo en el aire,
la detenía en su fuga,
aunque solo para sumergirse de nuevo
en el movimiento estrepitoso
de un autobús repleto de humanidad.
Le agotó mi inquisitiva mirada,
que ponía en duda su trascendencia.
Finalmente, me miró,
pero solo para cambiar de posición,
dejando atrás el peso del presente.
Se deslizó hacia el último rincón,
junto a una ventana,
donde la luz apenas alcanzaba
su contorsión de sombra y belleza.
Y allí, tras los cuerpos agolpados,
la vi diluirse,
como un susurro atravesando un vidrio sucio.
Poco a poco,
la mujer se desvaneció,
hasta ser solo un recuerdo
en la memoria de aquel asiento vacío.
Pronto, una anciana tomó su lugar,
abriéndose paso entre el tumulto,
aferrada a tubos oxidados,
y lanzó improperios al aire,
sin sospechar que ocupaba el sitio
de alguien que nunca estuvo.