En el tejido de la fe, hilos de esperanza se entrelazan,
con la promesa divina de un amparo que nunca se cansa.
Cual faro en la tormenta, su palabra es guía y baluarte,
en el mar de la tentación, es ancla que sostiene el arte.
La debilidad humana, cual sombra, a veces nos acecha,
más hay una fuerza mayor que cualquier flaqueza desecha.
No es en la soledad donde la fortaleza se halla,
sino en la unión con lo divino, que la carga se talla.
Como José, que en Egipto la tentación supo vencer,
nos muestra el camino a seguir, el poder de creer.
No somos islas en un mar de deseo y error,
somos navegantes capaces de encontrar el mejor color.
La escritura sagrada, mapa de infinita sabiduría,
nos enseña que hay salida en la más oscura agonía.
No es en la rendición donde la victoria se encuentra,
sino en la resistencia, donde la luz se concentra.
Porque cada prueba superada es un peldaño ascendido,
en la escalera celestial, un destino prometido.
Y en cada paso que damos, con fe y convicción,
se escribe una historia de triunfo, una nueva canción.
Así que al enfrentar la tentación, no desfallezcamos,
que la fidelidad a lo Alto, nuestros pasos encaminamos.
Con cada deseo incorrecto que con fuerza rechazamos,
una victoria en el alma, con amor, proclamamos.
Porque no hay mal que dure, ni tentación sin salida,
en el corazón fiel, siempre habrá una nueva vida.
Y en ese constante luchar, en esa eterna búsqueda,
hallamos la verdad que en el alma se dibuja.
Que no somos esclavos de la carne ni del miedo,
somos hijos del Eterno, forjadores de nuestro propio credo.
Y en cada acto de rechazo, en cada negación,
se fortalece el espíritu, se eleva la canción.
Así que recordemos, en cada momento de flaqueza,
que hay una promesa eterna, una inagotable fortaleza.
Y en la fidelidad a Jehová, en su amor incondicional,
encontramos la salida, el camino celestial.