La balanza de la libélula
mece en su alcoba al fiel casquivano,
mientras una sibilina mano
por turgentes pechos pulula.
Los amores prenden cuáles luminiscencias,
pero se tornan mustios en sus dudas miríadas,
desbastándose por quimeras de sus almas amadas
en amarantos noches de inocencias.
Como sempiterna de tallo frágil,
muda su arcano en resiliente,
esquivando el severo atisbo de la gente
con la etérea gallardía del torero ágil.
La lilaila truhana del engaño
muta epifanía, la espuria efervescencia,
tornando flébil toda ocurrencia
con la cual seduce al corazón tacaño.
Caerán una a una sus gotas con los años,
inundando cumbres y los lagos de las cosas
y volarán en las alas de melifluas mariposas,
una tormentosa madeja de pasiones
y mil posibles bullentes desengaños.