Hugo Emilio Ocanto

*** Hora de la muerte: 9:35 *** - (Relato breve) - - Autor: Justo AldĂș - - Interpreta: Hugo Emilio Ocanto -

La tormenta eléctrica arreciaba sobre la ciudad. Los rayos iluminaban la habitación del pequeño motel donde Adrián marcaba ansiosamente el reloj en su teléfono. Las 9... 

Pero una notificación lo sacó de su trance: \"Estaré allí a las 9:35. Espérame”. 

El golpe de la puerta lo hizo sobresaltarse. Miró con cautela a través del ojo mágico, pero no había nadie. Al abrirla, encontró una llave antigua con una nota que decía: \"Habitación 113\". La misma en que habían quedado en  encontrarse aquella  vez.

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Atravesó el pasillo oscuro del motel hasta llegar a la puerta marcada con el número 113. Justo frente al amplio jardín. Empujó la llave en la cerradura y la puerta se abrió con un chirrido. Dentro, la habitación estaba sumida en penumbra, iluminada apenas por el resplandor de las pequeñas lámparas sobre las mesitas de noche.

Un murmullo respondió desde la esquina. De repente una figura emergió lentamente de la oscuridad. Era ella, con el mismo vestido que llevaba aquella noche, pero su rostro estaba pálido, casi translúcido.

 

Adrián, su pareja, estaba absorto.

 

- ¡Mundo pequeño! ¿Cómo es posible? —preguntó mientras retrocedía.

 

—No busques lógica. Solo vine a despedirme. Mi hora… mi hora llegó.

 

—¿Qué estás diciendo? ¿Qué hora? ¡Esto no tiene sentido! —exclamó Adrián.

 

Ella señaló el reloj en la pared.

 

—Quedan cinco minutos. Escucha. Aquella noche no llegué porque alguien decidió que mi vida terminara. Pero mi espíritu quedó atrapado aquí… esperando una despedida.

 

— ¿Quién te hizo esto? —preguntó, con la voz rota.

 No, Marina, no puedes irte otra vez. ¡No de esta manera!

 

Adrián trató de tocarla, pero su mano atravesó la figura.

El reloj marcó las 9:30

 

—Prométeme que seguirás adelante. No cargues con esto… y gracias por haberme amado.

 

Una lágrima rodó por el rostro de Adrián mientras veía cómo el cuerpo de Marina se desvanecía lentamente.

El reloj Anunció las 9:35 con dos campanadas.

Adrián quedó solo en la habitación vacía con el sonido de la tormenta como único testigo de su desesperación.

--Quisiera estar con ella, murmuró.

Al abrir la puerta para retirarse, un rayo cumplió su deseo.

 

Justo Aldú

Panameño

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