Alberto Escobar

Lo siento...

 

Quien siente bien
dice bien. 


—parafraseo a mi referente,
mi amigo Miguel. 

 

Me despierto y digo,
me incorporo
de lo horizontal
de una cama y digo, 
me coloco las zapatillas,
me dirijo a abrir la ventana
para que la mañana entre
y llene mi cubículo y digo,
me desnudo para que el frío
tome posesión de lo vulnerable
que me envuelve y digo,
y digo alto, sacando la cabeza
por la ventana y haciendo
que el vecindario sepa 
de lo que siento, y digo,
y no suelo maldecir porque 
el mundo me agrada, y me pongo
ropa deportiva y corro a saludar
a los árboles del parque, les deseo
buenas fotosíntesis y buen oxígeno
para todo el que deambula este mar
de asfalto y frustración—que no 
son las mías por fortuna—, y vuelvo,
me ducho y empiezo a dibujar
un día como el que estoy dibujando
ahora, disfrutando cada elemento
rutinario que conforma el conjunto
de mi preciosa rutina, que me enfoco
en gozar como si fuera lo mío, lo diario,
una vacación constante. 
Y despierto y digo, y digo alto, claro,
rotundo, porque siento alto, claro, 
rotundo, tanto que el suelo retumba
cada pensamiento, cada conclusión
que extraigo de cualquiera sea la premisa
que se me interponga entre mis silogismos
y yo, y el mundo, que siempre detrás
hace la guardia, cierra las puertas, prende
el fuego que mi caldo necesita para que sea
un buen caldo de cultivo. 
Paro la pluma aquí. 
El jueves más y mejor —eso me gustaría—.