Mi marinero me dejó, se bajó en una de las tantas paradas en un puerto cercano al mar,
tome el timón, tome el mando,
pero, de vez en cuando él venía a revisar,
daba vueltas por el barco, golpeaba cosas, arreglaba otras,
me sonreía y se iba, temo confesar que rompí cosas a propósito,
solo con la esperanza de volverlo a encontrar,
fui por corrientes peligrosas para que él me buscara y me volviera a amar,
de tanto tropiezo, nunca salí al mar,
un día, con la mano en la herida, me aventure a navegar,
el me pidió, que trazara nuevos dibujos en el mapa que sabíamos usar,
pero, nunca me imaginé que él me iba a faltar,
mi trabajo no era dirigir el barco, me sentía muy segura a su lado,
yo era alguien que daba malas indicaciones, contaba chistes,
y mantenía todo vivo en su lugar,
a veces del hambre, compraba mariscos en el mercado, ¿irónico?, pero es verdad,
no podía consumir aquellos seres tan preciosos que resplandecían en el agua terrenal,
él lo sabía, y no existía un silencio más pacífico,
que cuando dejaba el horizonte y las estrellas, para voltearme a mirar,
no aprendí de constelaciones, no aprendí rutas, no sabía cuántos nudos dejé atrás,
debí aprender, pero repito, no creí que no ibas a estar,
ahora, perdida en algún océano de agua dulce,
ahora ya salada, porque no he dejado de llorar,
me temo, que se rompió el ancla que olvidaste revisar,
estoy náufraga, no son dos días, son meses, si no más,
tengo una cajita que pita piiiiii-piiiiii, emitiendo una señal que espero, puedas encontrar,
porque creo que esta brújula se mantiene dañada, dando vueltas sin parar,
algo me dice que brinque del barco, nade por las aguas, suba esas rocas,
y grite por ayuda a alguno de esos navíos que veo a lo lejos pasar,
pero estoy sentada en una esquina, esperando que me vuelvas a buscar.