🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮

¡Oh, diciembre!

¡Oh, diciembre!

I

¡Oh, diciembre que escuchas mi latir tan longevo,
dale vida a la idea con los besos del mundo
o quizás un abrazo silencioso y rotundo
para hacer maravillas a través de lo nuevo.
Se va un año y empieza la razón de la vida
y con alas de acero va la antorcha encendida.

II

El señor Jesucristo que predice en la altura
con su mano señala la virtud del camino
y en los sueños revela lo grandioso y divino,
que en las almas circunda con amor y ternura.
Y los niños contentos, por pasión dan el pecho
al sentir mil querubes reposar sobre el techo.

III

La tribuna del sueño, del perdón y la esencia
estremece al silencio de la casa dichosa
y llevando caricias da la vida a una rosa 
que deshoja por siempre la suprema excelencia.
Los arcángeles vuelan, han dejado a noviembre
para hacer gran alarde, villancico en diciembre.

IV

Ya los himnos se entonan, ya los cielos se juntan,
ya al unísono cantan un millón de mastines;
una escuadra de nubes y dos mil paladines,
a la vez, tres poetas que con versos preguntan
¿es del hombre la dicha, la bastilla de agreste
o la espiga dorada del reinado celeste?

V

¡Oh, diciembre que escuchas! ¡Oh, diciembre que flotas
en la nieve flamante del que carga la cruz,
en la augusta misiva del señor de la luz
o en las alas sublimes de setenta gaviotas!
El recuerdo es latente, la sonrisa es latente
y agoniza el barullo cuando fluye la fuente.

VI

De los muros del pueblo sale el rey Baltasar
con la aurora clemente, con la chispa abolida
y con ánforas Cristo da valor a la vida
con que el astro loable va Melchor y Gaspar.
Con salmodias el árbol nos entrega sus frutos,
que son dulces y tiernos, con placer, impolutos.

VII

En Belén nace el niño, protector de la lumbre
y el profeta que dijo con versículo fijo,
presentó la manera con que Dios nos bendijo
a través del encanto, toda fe y servidumbre.
Y los cielos se abrieron, presenciando el proscenio,
dando goce inmediato de la virgen al genio.

VIII

De los mares galanes el profeta Isaías
advirtió de clamores sobre el haz del desierto,
donde un hombre furtivo con palabras de experto
anunciara el camino de Jesús, el Mesías.
El señor de los cielos, cuya vida entregara 
para darnos clemencia cuando al trono llegara.

IX

Floreciente los higos en la selva lozana,
en sus ramas tejieron el capítulo entero,
donde Pablo siguiera con aprecio, sincero
el mandato del cielo, cual hermosa mañana.
¡Oh, diciembre que guardas la pintura rupestre,
dile adiós a los días del ocaso campestre!

X

Fueron diez mandamientos del supremo maestro
y con versos escribo la postura que vivo.
Yo no niego que somos por razón y motivo
el cuaderno vacío del palacio siniestro.
Somo aire que flota, somos agua que corre
y tenemos por dentro, cuya gélida torre.

XI

Que, con ritmo sonoro la consciencia que alcanza
atraviese senderos con el arca de Dios.
Y que reine por siempre la razón entre nos,
entregando por cantos una dulce alabanza.
¡Oh, diciembre de historias, de sonatas y cánticos
que estremezcan poetas con los versos románticos!

XII

Son las doce con doce, se va el tiempo con nada,
con un beso profundo, con un simple te quiero;
con un cuento de ninfas, con un verso sincero;
con un ramo de flores y con una mirada.
Se va un año con trinos y renacen proezas
donde solo caminos entrelazan bellezas.

XIII

Que, con rítmicos valses el profeta declame
un conjunto de versos del poeta Darío.
Y del cielo que extiende su reinado con brío
el silencio reprenda y en su nombre nos llame.
Y que, Elías, solemne con su fe inquebrantable
de la iglesia edifique la tonada rentable.

                            Samuel Dixon