*Tienes que morir unas cuantas veces
antes de poder vivir de verdad\"
Charles Bukowski.
Flor de Lotto era conocida en su pueblo por su inocencia y la peculiar forma en que el destino parecía jugar con ella. En aquel apartado lugar, lejos del ruido y las luces de la ciudad, los sueños no eran simples imágenes pasajeras; eran advertencias, profecías, verdades veladas que los ancianos interpretaban como augurios. Así, el día en que Flor despertó llorando, describiendo un sueño en el que un vehículo a toda velocidad la conducía hacia la muerte, el pueblo entero la escuchó con atención.
Desde entonces, Flor rechazó cualquier tipo de transporte motorizado. Nunca subió a un auto, nunca pisó un autobús. Prefería caminar por los senderos de tierra y piedra, aún si el sol caía inclemente o la lluvia empapaba sus pasos. “El sueño es claro, moriré entre motores rugientes y velocidad descontrolada”, decía a quien intentaba convencerla de aceptar un aventón.
Con el paso de los años, las burlas de algunos y el respeto supersticioso de otros crearon un aura de misterio en torno a Flor. Sus temores parecían desproporcionados, pero nadie podía negar que en aquel rincón del mundo, los sueños eran cosa seria.
Una tarde, mientras recogía flores cerca del río, Flor tropezó con una roca mojada y cayó con fuerza. Su pierna quedó torcida en un ángulo extraño, y el dolor la dejó sin aliento. Los vecinos acudieron de inmediato, cargándola con cuidado, mientras alguien corría hacia el único teléfono del pueblo para llamar a emergencias.
En cuestión de minutos, una ambulancia blanca llegó, rompiendo el habitual silencio del lugar con su sirena estridente. Flor, apenas consciente, fue subida al vehículo, mientras el paramédico intentaba calmarla.
—Tranquila, señorita, llegaremos pronto al hospital.
Fue entonces cuando abrió los ojos y miró a su alrededor. La camilla, los rostros nerviosos, las luces que parpadeaban en el techo del vehículo. Una sensación fría se deslizó por su columna. Recordó el sueño con una nitidez que la hizo temblar. Aquellas imágenes que habían atormentado su infancia y marcado su vida regresaron con la fuerza de una tormenta. No había duda. Lo sentía como algo más que un sueño, que ya lo había vivido, pero en realidad nunca ocurrió.
—¡Detengan esto! —gritó con desesperación, pero sus palabras se perdieron entre el ulular de la sirena y la velocidad del motor.
La carretera serpenteaba entre colinas y árboles, y el conductor, apurado por la gravedad del caso, aceleraba sin descanso. Flor intentó moverse, pero el dolor la mantenía inmóvil. Cerró los ojos con fuerza, intentando calmar el pánico que crecía en su pecho.
El sonido de un claxon, el chirrido de las llantas y el impacto final fueron como una detonación. La ambulancia salió del camino y se estrelló contra un árbol gigante. En los últimos instantes, cuando la vida se le escapaba entre jadeos y sangre, Flor vio desfilar ante ella las escenas exactas de aquel sueño que la había perseguido desde niña.
El vehículo, la velocidad, el choque. Todo había ocurrido tal como lo soñó. Supo entonces que no se puede huir del destino, que lo que está escrito encuentra siempre la manera de cumplirse.
En el pueblo, cuando se conoció la noticia, nadie se sorprendió. “El sueño lo dijo”, murmuraron los ancianos con ojos serios y miradas al suelo. Y así, Flor de Lotto se convirtió en una leyenda, un recordatorio de que incluso los sueños más temidos tienen su forma de volverse realidad.
Justo Aldú
Panameño
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