Estoy huyendo de mí,
y en esta fuga me siento libre.
Me pierdo en los rincones
de tantas ciudades cruzadas,
y mi paso, gozoso y descubridor,
pisa aquello que, a diario,
la premura ignora.
Soy el navegante
que sigue migajas en los océanos,
trazando rutas de ida y vuelta.
Nada es nuevo,
salvo lo que no se recuerda.
Me queda este déjà vu
anudado entre memoria
y sueño.
Escuché el canto de Orfeo,
seguí la senda pitagórica,
y mordí el fruto prohibido.
Heme aquí,
pagando con la vida,
encontrando lo perdido,
lo que no debía volver a ver.
Soy el extranjero
de mi propia memoria:
preso en días de sol y lluvia,
y otras veces en los grises días
de afilados fríos.
Gozando del cansancio del día
y de la noche alzada.
Todavía miro con los ojos apagados,
me sigo sin pies,
y lanzado al camino,
olvido lo olvidado,
aquello que el vulgo dejó de ver.
Eso fue todo.
No tengo carga ni posesiones.
Pero,
dadme una pluma,
y sabré regresar
por mí.
Para trazar líneas fallidas
sobre la razón.
Ahora yazco aquí,
perdido,
alegre de no encontrarme,
y de haber olvidado
todo lo que quise perder.
Dejadme sin memorias,
sin lengua
y sin dedos,
para no regresar más.