Sublime tierra de piel, excelsamente fértil,
Que no conoció nunca, la sediente sequía.
Con su cristalina fuente, impoluta virgen.
Con el placentero sol del Edén,
vigila muy dichosa.
Sumergida, en álgidos recuerdos,
Como rumor de brisa, se escurre caprichosa,
con sus gélidas yemas, irrumpe sigilosa.
Por los sugerentes rasgos del Dios invencible.
Volátil plantío, estremece las esteras eternas.
Todo pensamiento termina en aquel mágico lugar,
Acariciando las conmovidas almas sempiternas.
El precioso Edén floreciente, de aguas para amar.
Fuente cristalina, abrazada por la guadua y el yarumo.
Donde hoy se enciende el leño, que arde con su humo.
Empinada se mece la guadua con el viento.
Tendida y trozada, partida ¡que tormento!
Con el ardor del árbol, mi corazón crepita,
Porque agoniza, escupiendo, pura ceniza.
¿De qué, se le culpa a la serena guadua?
¿Y aquel yarumo, que nos proveía agua?
Porque, lo deben de saber;
Aquel, que tumba un árbol,
Él se hace zancadilla,
de una sola vez.