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El equilibrio que nos falta.

El concepto de civilización tendrá relación etimológica con las palabras latinas “Civitas y Civis” lo que permite suponer que civismo y urbanidad eran aspiraciones comunes y primordiales de cuantos se amoldaron a vivir en aglomeraciones humanas. Este tipo de “homo sapiens” es el que definió Aristóteles con la expresión “Zoom politicón”. Animal sociable que ha venido perdurando con mayor o menor extensión a través de los siglos, hasta que tras revoluciones de toda índole —no solo políticas—sufridas en las dos últimas centurias, se produjo el desplazamiento operado por la irrupción del hombre-masa, que señaló y analizó Ortega y Gasset; trayendo consigo la puesta en cuestión de hasta lo más sagrado, y al relativismo más absoluto. Hombre-masa que por su tosquedad es apto sólo para hacer tapia como los bloques de hormigón. Nada extraño pues que se consolide la tendencia hacia la compacidad y lo monolítico con menosprecio olímpico de los dilatados y abiertos espacios naturales, desatendiendo al propio tiempo la enseñanza evangélica de buscar la perfección. Que aun siendo inalcanzable, se lograría al menos el difícil pero necesario equilibrio. Pero esto es lo que hay, como se dice ahora; y cómo decía aquel: Con estos bueyes hemos de arar.