Yeshuapoemario

Dejen de amoldarse a este sistema; más bien, transfórmense renovando su mente (Rom. 12:2).

 

En el vasto tapiz de la fe, cada hilo cuenta la historia de una creencia, un dogma, una esperanza. Entre estos hilos, resplandece la justicia divina, un concepto tan antiguo como el tiempo, tan inmenso como el universo. La justicia, una cualidad que se atribuye a Jehová, se teje con hilos de imparcialidad, un reflejo de equidad que no distingue idioma, raza o estatus. En la poesía de los cielos, se escribe que la justicia divina es pura, sin mancha de parcialidad, un espejo de la verdad que no se empaña con el aliento de la discriminación.

 

La Biblia, ese compendio de sabiduría ancestral, se ha convertido en un mosaico de lenguas, un testimonio de la imparcialidad divina. Se ha traducido a cientos de idiomas, llevando su mensaje a cada rincón del mundo, haciendo que el conocimiento verdadero sea tan abundante como las estrellas en el firmamento. Cada traducción es un puente entre lo divino y lo terrenal, un camino para que cada alma busque y encuentre su propia verdad.

 

Y así, en el crepúsculo de los tiempos, se promete que las buenas noticias del Reino se extenderán como un amanecer que no conoce fronteras. Antes de que el telón final caiga, cada persona tendrá la oportunidad de escuchar, de leer, de conocer. Porque Jehová, en su justicia, desea que la salvación sea un canto que todos puedan entonar, una melodía que resuene en cada corazón.

 

¿Qué es lo que impulsa este deseo divino? Es el amor, esa fuerza primordial que mueve los cielos y agita los mares, que hace florecer los desiertos y susurra en el viento. El amor de Jehová es el sol que nunca se pone, la luz que guía a través de la oscuridad, la promesa de que cada día trae consigo la posibilidad de redención.

 

En este universo de infinitas posibilidades, donde cada estrella podría ser un mundo, cada mundo una historia, y cada historia un alma, la justicia de Jehová es un faro de esperanza. Es la promesa de que, no importa cuán lejos nos encontremos, hay un camino de regreso a casa, un camino pavimentado con la gracia de un amor incondicional. Porque en el corazón de la justicia divina, no hay lugar para la parcialidad, solo para el amor que abraza a todos por igual.