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El rorro y el cachorro.

 

La aceptación social del aborto es el hecho de mayor gravedad producido en el siglo XX. Tal declaración, que en la actualidad se tomaría como un dislate, corresponde al filósofo Julián Marías, a quien se señalaba como el discípulo predilecto del sabio Ortega y Gasset; que de santurrón tenía poco.

 

Lo que ninguno de los dos argumentaron al respecto, es que los defensores del derecho al aborto adoptan un comportamiento “leonino”; en doble sentido, en el de ser inmisericordes con el hijo engendrado, y en el ventajismo que supone promover lo que Juan Manuel de Prada llama “Los derechos de bragueta”. Muchos de estos que normalizan la extracción de fetos vivos, son los propios a los que les falta tiempo para una denuncia, si ven o se enteran por ejemplo de que el pastor de la finca tal está estrellando contra el duro suelo casi al completo la abundante camada de cachorros que ha parido la mastina del rebaño.

 

Así resulta que un animal que no puede tener derechos, porque carece de obligaciones, al final goza de más protección que un “nasciturus” (Un ser humano en el seno de su madre).

Sirva esto, por otro lado al auge del cientificismo (La santa ciencia) a que aludía Unamuno,

Y en demérito de la ominosa doctrina religiosa a la que vituperan y vilipendian.

 

Luego está por último otro pormenor, que es mucho más grato al paseante el encuentro mañanero de deposiciones de canes (recogidas o no) en la calle, que salir pitando con el rorro para cambiar pañales y encima lavarle en condiciones de cintura para abajo. Menuda diferencia, dónde va a parar, entre hijos y perrijos.

Sigamos por esta línea, ¡Ánimo!, que en España 9,3 Millones de cánidos son pocos.