En la quietud del alba, donde el rocío
escribe versos en los pétalos dormidos,
se dibuja tu presencia como un eco,
una caricia que el tiempo no disuelve.
Te busco en el aire que roza mi piel,
en las esquinas de los sueños olvidados,
en cada estrella que se apaga y renace,
en el susurro del río que nunca calla.
Eres más que un nombre,
eres un latido eterno,
un destello en la penumbra
que transforma la sombra en amanecer.
A veces, en mi soledad callada,
creo verte danzar entre reflejos,
como un espejismo de luz y esperanza
que incendia la noche con su fulgor.
Te pienso y el mundo se detiene,
el tiempo se curva a nuestro favor.
Eres la línea invisible entre lo real y lo eterno,
la verdad que mis labios no pueden pronunciar.
Tu risa es el canto del viento en primavera,
tu mirada, un abismo donde quiero caer,
y tus manos, los senderos que me guían
a un lugar donde el miedo no puede entrar.
Por ti, cada día es un poema inconcluso,
un lienzo de colores jamás imaginados.
Eres la razón de las palabras no dichas,
la armonía que mi pecho guarda en secreto.
Y así, en esta eternidad de momentos,
me entrego a tu esencia, sin miedo ni prisa.
Porque en ti, amor, donde nacen los suspiros,
nace también la vida que quiero vivir.