Al borde de la actualidad, donde la sombra
insiste en arrugar la voz del futuro,
una línea de luz recuerda
que aún quedan sueños por alcanzar.
Hay un rumor añejo en las calles,
un cansancio que se niega a rendirse.
Hombres y mujeres aprietan el tiempo
como si pudieran torcer su forma,
como si la fatiga fuese el preludio
de un mundo por venir.
La esperanza tiene los ojos sucios
de tanto llorar por su propia ausencia,
pero su voz, tan tenue como un murmullo,
resiste. Permanece en los andenes,
en las aulas vacías, en las plazas desiertas,
donde la memoria encuentra refugio.
Una línea de luz no es promesa,
es una pregunta, un corazón que late.
¿Qué haremos con las ruinas de tan corto plazo?
¿Cómo inventaremos la razón otra vez?
Las manos, ya fatigadas, sostienen el aire,
y en esa fragilidad hay una fuerza nueva.
No se trata de un sueño perfecto,
se trata de recuperar, pieza por pieza,
las bondades que la democracia ofrece.
Porque mientras quede una línea de luz,
por delgada, por frágil, por distante,
desnudaremos al futuro imposible
para vestirlo con la esperanza en el presente.
José Antonio Artés