“En el desierto
El agua es lo que calma la sed,
En la ciudad
es el pan que calma el hambre.
El espíritu atraviesa como un cuchillo,
la piel desnuda, la profundidad
es el caos o la calma de una oración”
Un oasis emergió
En la distancia de la mirada,
como una respuesta desgarradora
a su cuerpo deshidratado,
un respiro húmedo para su sed.
Cerro sus ojos y un rio subterráneo
circula por sus venas,
el sonido del agua, la voz
de su vida fluyendo por sus venas
como una oración callada.
En la ciudad,
el hambre se esconde en un espejismo,
hasta que la burbuja
se revienta en la pendiente,
o una espina se clava en la piel.
Hay una voz que nace de un pozo
en medio de la ciudad,
en medio del espíritu,
como el sonido de aguas
que arrastra los silencios
de un rio milenario,
como el amor que guarda el hábitat
de la tierra para el peregrino
que la entiende después
de la sed y el hambre.
El oasis le dijo al joven:
“Búscame en el agua de tu espíritu,
la sed te guiará,
cada vez que tu cuerpo se sienta morir,
cada vez que busques las huellas
que el viento guardó en su memoria”.
El joven dijo:
“No te buscare en mapas,
te buscare en los caminos
tatuado en las dunas”