Yo no los busco, pero de alguna manera siguen apareciendo. Asumo que son muchos y de a uno vienen a visitarme, pero es imposible divisar si este no es el mismo cuervo que vi ayer.
Y es que cómo no confundirse cuando uno es igual a otro y no creo llevar culpa por pensar que todos son iguales.
El cuervo disfruta de la suerte de poder diferenciarnos y utiliza su astucia acordemente. Sé que entienden patrones porque frecuentan mi camino seguido, y es imposible que sea solo uno, porque las cuadras de este pueblo son inmensas y aun así me sigo cruzando con plumas negras en cada esquina.
Entiendo sus patrones y es así como nos comunicamos. No recuerdo el momento exacto, pero de tanto verlos me dejaron de dar miedo. Entendí que la presencia de un cuervo no anuncia un mal augurio, si cosas malas pasan, aunque el cuervo no esté ahí.
Los cuervos son aves inteligentes, parecen entender que no me asustan y ahora me rodean sin haberlos buscado.
Les dejo comida de pura cortesía y cansancio, una especie de trato para no verlos de vez en cuando y volver a ver una pluma que no derrame alquitrán. Pero olvido que los cuervos reconocen patrones y mientras más comida dejo, más me buscan los cuervos.
No me urge ahuyentarlos porque de vez en cuando traen con ellos regalos y entiendo esto como un puente entre dos animales que no saben hablar entre ellos. Dejan basura brillante en mis manos como agradecimiento. ¿Agradecimiento a qué? Si nunca pedí que me visiten los cuervos, pero de alguna manera me siguen encontrando e ignorarlos no funciona.
Siento que al aceptar sus regalos estoy traicionando mis propios principios, pero no puedo dejar de alimentarlos si eso significa que morirán de hambre en frente mío.
Ellos pueden diferenciarme, pero para mí todos los cuervos siguen siendo iguales. Reconocen la ayuda desinteresada cuando la encuentran y deben comprender la compasión de mis actos, porque no los busco, pero me siguen encontrando donde sea que vaya.
Me entienden como uno de ellos y buscan regalos acordes para una mujer con plumas negras. Yo no lo pido, pero los cuervos siguen arrastrando animales muertos a mis pies pensando que somos carroñeros por igual.
Estas aves no tienen la culpa porque existen animales muertos sin que un cuervo me los muestre, y es imposible diferenciarlos cuando todos se ven igual de indefensos. No hay forma de saber si el cuervo que vi hoy es el mismo que vi traer sangre a mis manos ayer.
No sé a quién jurarle que nunca pedí tener sangre en mis manos pero que los cuervos me siguen encontrando.