No das crédito a lo que te profiero,
asientes que fue por tu ingenuidad
que acaeció mi acto de favores
y que por tu lozanía emergió la intrepidez,
mas hoy tengo en las manos tu corazón,
aún cuando no tuve tu aquiescencia,
tus remembranzas indómitamente
le inquietan al estoicismo de tu inacción,
sin duda me sedujo el imán de tu apariencia,
pero te confieso que jamás tuve el propósito
de abandonarte y dejarte sin protección;
si eres tú quien habita en mi interior,
no puedo permitirte la soledad,
retornaré a ti, enarbolando palabras sinceras,
nos reencontraremos por el bien de los dos,
para cambiar esta cuita por hilaridad.