Yeshuapoemario

Feliz el hombre que sigue aguantando durante la prueba, porque, cuando sea aprobado, recibirá la corona de la vida (Sant. 1:12).

 

En el vasto tapiz de la fe, cada hilo cuenta la historia de la resistencia, un relato de aquellos que, a pesar de las pruebas, mantienen firme su devoción. Como el cedro que se yergue en la tormenta, así es el hombre que, en la adversidad, no se doblega. La corona de la vida aguarda, no como un adorno pasajero, sino como un reconocimiento eterno a la perseverancia del espíritu.

 

En el altar de lo divino, la adoración se eleva como incienso, una fragancia que busca complacer al Creador. La esencia de la adoración verdadera no reside en los templos construidos por manos, sino en el templo del corazón, donde el espíritu y la verdad se entrelazan en un baile sagrado. Es allí donde el Ser Espiritual, libre de cadenas terrenales, se sumerge en la pureza de la devoción, ofreciendo cada pensamiento, cada acción, como un himno a la gloria del Altísimo.

 

Los que se encuentran en las sombras de la restricción, cuyas voces han sido silenciadas por mandatos terrenales, aún encuentran la luz en la quietud de su fe. Hermanos encerrados tras barras de injusticia, aún cantan con alegría, pues su espíritu no conoce de rejas. En la comunión silenciosa de la oración, en el estudio solitario de las Escrituras, ellos hablan de un reino no de este mundo, un reino de justicia y paz.

 

Aquellos que caminan por el valle de la difamación, que soportan el peso de la persecución, encuentran consuelo en la promesa de una presencia divina. La felicidad no es una circunstancia, sino una elección hecha en la profundidad de la fe, una fe que declara que, más allá de la tormenta, hay un refugio seguro, más allá de la noche, un amanecer de esperanza.

 

Así, en la poesía de la existencia, cada verso es un testimonio de la fortaleza humana, cada estrofa una celebración de la gracia divina. La vida, con sus pruebas y sus triunfos, se convierte en una sinfonía de resiliencia, donde cada nota resuena con la dulzura de la fe inquebrantable y la melodía del amor eterno.