Una pequeña fue secuestrada,
por tres monstruos disfrazados de niños.
Aunque desde el primer momento fue violentada,
Fátima se defendió; preludio de su suplicio.
Perdió un ojito: uno de los animales la dañó como castigo:
su castigo fue luchar por su vida,
coraje que amargó la misión de los feminicidas.
Las bestias le acertaron más de 200 puñaladas,
con una cadena tumbaron sus dientes,
de sus tiernas manos dislocaron sus muñecas,
rajaron sus entre piernas y fue ultrajada.
Después del terror, Fátima seguía con vida,
sin saber qué hacer, los monstruos le arrojaron piedras.
Ella procuró proteger su rostro fracturando sus manitas,
hasta que una de las rocas la desviviría.
No fue todo lo primero lo suficiente para fenecer,
sino un pedruzco el que abrió su cráneo.
El nombre del feminicida principal es JOSÉ JUAN HERNÁNDEZ DE CRUCEÑO,
quién siendo menor de edad actuó con todo criterio;
sujeto que sigue en impunidad por el poder de su familia,
resguardándose como cobarde entre la impunidad y contubernio.
Dios dé Justicia a la familia de Fátima,
quien lucha por dar voz a la niña,
padres de familia que luchan contra la corrupción,
cáncer que abunda a lo largo de la nación.