Jugando a los dieciséis con mi musa,
una chiquilla de ojos de ébano,
cuadernos impresos de cartas de amor,
lápices tajados con la fineza de su piel.
\"Ay, aja\", resonaba su voz,
dulce melodía que aún resuena en mi alma.
La maestra explicaba el teorema de Pitágoras,
y yo, perdido en el anhelo de su cuerpo.
Abanicos de aire, arden en candela frente a sus ojos;
bella \"chasquañawi\", cual filosofía de antaño,
seducen mis párpados dormidos.
Celos indecorosos, caprichos de flor;
siempre recorriendo los pasillos para verla,
aunque solo sea para un remordido rechazo.
Una amistad fingida que esconde un profundo apego,
un corazón enjaulado en un amor prohibido.
¿De qué sirve venir cada día para aprender tanto,
si no me pierdo en su sonrisa?
No valdría la pena si no pusiera tantas excusas
para no enamorarme de ella.
¿Siente lo mismo?
Invento tantas ficciones para llegar a su pupitre,
y tan solo rozar mi camisa con sus manos de seda.
Un sazón en dezazón por ocultar este engreído sentir.
Ya basta de palabrerío; quiero hacerle una pregunta.
En medio de toda esta congregación honorable,
dime, eh... el alba está bello,
un buen día para comenzar de nuevo, ¿no crees?
Bueno... ¿tú... quieres... ser... mi...?
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