Aquella mañana,
la escarcha se derritió
al no tener quien la protegiera.
El aire, tras concentrarla primero,
la fragmentó después, para mejor dispersarla.
Y todo esto, en una despedida sin la
más mínima educación.
No me di cuenta entonces de
estar a los pies de tus besos,
rodeado por la fragancia de tu
materia más pura, con esa belleza que
apenas conseguía desviar los primeros
rayos del sol, dejándose atravesar por
toda la luz del astro rey, que no dejó de bailar
a su través durante horas.
El néctar de tu aliento, tan breve como sutil,
a bordo de tus lágrimas más puras, tras
depositarse sobre mi superficie, en un
brevísimo instante, -el más breve jamás sido-,
explotó para esparcir tu vida sobre mi tierra para,
pocas horas más tarde, desaparecer
sin dejar rastro.
Desde entonces, aquí estoy… Esperando...
... como si todo fuera un secreto a punto
de ser desvelado.