Alberto Cerdas

El Autobús De La Vida

El Autobús De La Vida

A lo largo de mi vida, he llegado a comprender que somos pasajeros en un autobús que nunca se detiene del todo, solo reduce su velocidad para que suban o bajen personas. Cada rostro, cada mirada, cada voz que se cruza en este trayecto tiene un propósito, aunque a veces me cueste entenderlo. Hay quienes se sientan a mi lado durante un tramo corto, compartiendo risas, confidencias, o incluso silencios cómodos, y de repente se levantan para bajarse en una parada inesperada. Otras personas, en cambio, parecen estar destinadas a acompañarme por un trayecto más largo, y su presencia deja marcas imborrables en mi memoria.

He aprendido a no aferrarme demasiado a aquellos que bajan antes de tiempo, aunque admito que no siempre es fácil. Hay despedidas que duelen, momentos en los que me pregunto por qué ciertos pasajeros decidieron bajarse justo cuando más disfrutaba de su compañía. Pero también me doy cuenta de que cada uno tiene su propio destino, un lugar al que deben llegar, incluso si eso significa que nuestras rutas se separen. La vida no se trata solo de quién se queda, sino de aprender a valorar las lecciones, los recuerdos y las emociones que cada encuentro me deja.

Como viajero, también he sentido el peso de mis decisiones. Hay paradas que he pasado por alto, personas que he ignorado o con quienes no me he atrevido a entablar conversación por miedo, orgullo, o simplemente porque estaba demasiado ensimismado mirando por la ventana. Sin embargo, me reconforta saber que en cada curva del camino hay nuevas oportunidades, nuevas personas que suben al autobús, trayendo consigo historias que me enriquecen, aunque a veces no lo note de inmediato.

El autobús de la vida es impredecible. No sé cuánto tiempo durará mi viaje ni cuántas estaciones me quedan por recorrer, pero he aprendido a disfrutar del paisaje, incluso en los días grises. He dejado de preocuparme tanto por las paradas pasadas y me esfuerzo por apreciar el presente, sabiendo que, al final, todos somos viajeros con un destino único e intransferible.

Quizás lo más hermoso de este viaje no sea solo llegar a mi destino final, sino las conexiones que he formado, las emociones que he experimentado y las lecciones que he aprendido en el camino. Así, mientras el autobús sigue avanzando, trato de ser un buen compañero de viaje, dejando algo de mí en cada persona con la que comparto asiento, sabiendo que, de alguna forma, todos estamos conectados por este trayecto llamado vida.