Alberto Cerdas

Azar

Azar

Había atardecido, frío y lluvioso,
como un presagio de brumas eternas,
interminables, caladoras,
caían del cielo sobre mis mejillas,
mezclándose, asfixiantes, sobrecogedoras.

Disfrazo mi calvario con gallardía,
tras la máscara de indiferencia inquebrantable;
en los jirones de mi alma herida,
nadie sospecha de este rosario,
ni del sufrimiento que delata
a un corazón vencido y humillado.

Nadie sabrá jamás de mi dolor,
pues el azar fue cómplice y preciso:
la naturaleza confundió mis lágrimas
con la lluvia helada del invierno,
y el frío implacable de tu adiós.