Anoche tuve un trío.
Estábamos yo, el frío, y mi eterna amante, la soledad.
¡Qué aventura, qué locura! Los tres envueltos en una cama oscura,
hecha de tristeza, arropados con sábanas tejidas con mis quejas,
decoradas con mis angustias y problemas,
manchadas por lágrimas que saltaron sin permiso.
El frío arriba, la soledad abajo,
y yo en medio, un prisionero del instante.
Anoche volví a caer,
soñé con Fulana, no lo pude esconder.
A mí lado Soledad, mi gata fiel,
pero Fulana su olor invadió mi piel.
Soledad me miró y el aire cambió,
el fili encendí, el humo expulse.
Fulana, su nombre susurré,
la que amé y al abismo tiré.
En el sueño me habló, su voz afilada:
“¿Qué tal tu vida, alma atormentada?
Fui tu fuego, tu poesía,
pero en tu juego, yo quedé vacía.
Ahora cargas mi dolor, mi agonía,
como castigo por lo que me hacías.
Tu penitencia es mi sombra sin fin,
porque lo único que te queda de mí... soy yo en tu latir.”
Desperté de la nota, palabras en mi boca,
como gotas cayendo de una pluma rota.
“¡Soledad! Tú nunca me fallas,
mi refugio cuando la vida estalla.
Pero Fulana... ella era mi alma,
un huracán disfrazado de calma.
Su recuerdo me arde, su herida persiste,
aunque tú me abraces, su olor resiste.
No lo tomes mal, tú eres mi abrigo,
pero ella… sigue conmigo.
Eres mi presente, mi fiel condición,
pero Fulana es mi eterna obsesión.”
El cuarto gira, el orden cambia:
yo arriba, el frío abajo,
mientras la soledad nos toma un retrato.
Qué aventura estar solo.
Riendo de día, llorando de noche,
la soledad, el frío y yo,
intentando nuevas poses en esta danza sin fin.
El frío, yo y la soledad,
después de que la vida me dio esa clase de chinga,
nos quedamos dormidos sin hacer ruido,
pensando en invitar a alguien más a nuestro trío:
a la que nos presentó,
a la que me dejó,
a la que yo lastimé
y le presenté a su nuevo marido:
su respeto por sí misma,
mientras mi alma se
desliza,
en el olvido que no avisa,
perdido en esta misma prisa.