Existe un camino augusto
donde el impaciente claudica su marcha,
rodeado de espigas
lo mismo que de caricias.
Allí encontramos refugio
y compartimos la vida.
En ese cuarto de la esperanza,
somos amados y fundidos en una carne
que confabula actos y miradas,
sin pronunciar palabras.
Y nos buscamos
como se buscan los labios,
como acontece el sueño
y diciembre sucede.
Para encontrarnos
con la memoria hecha jirones,
paseando entre los sueños.
Para renacer y repetirnos
sobre lo perdido.
Para reencontrarnos
en el extraordinario olvido,
y alumbrarnos, por un instante,
con nuestras almas.