Isabel Ortiz

Matriz de la noche presagia

Bramidos implacables que al aire chocan 

tras muerta la piel de mil sensaciones,

entre las rugientes rocas,

caballos de tiro recubiertos de cobre 

desollan como furtivas olas

los cerrojos engalanados de fervores,

y cae como deslice al occidente

el estrellado cielo, antes blanca leche.
 
 
 
Se reúnen con sed valerosa

bajo la mirada malva,

las tiranas, rosas pretenciosas,

en lo banal cabalgan.

Jugo mejor que de uvas maduras

dejan caer sobre sus pestañas,

impuras, persiguen como jinetes 

el vapor cadente que las enflaquece. 
 
 
 
En la meditación de una doncella

se aclamaba una visión

donde la medianoche alcanzó la vesta

que entronizaba por su vigor,

y a los ojos cristal disparaba su flecha,

su irresistible y dulce poción,

entre el rumiar de sus lamentos 

que le provocaban esos anhelos.
 
 
 
Surcando en la noche cósmica,

ahora púrpura por heridas del desamor,

gritaba la luna, perla pródiga 

que en su confín, la belleza escampó,

tras su umbra era una guerra caótica,

entre ésta, habitaba la bella flor,

la princesa de la torre que la luna hechizó

y en su blanca sonrisa se infiltró.
 
 
 
Apenas el séquito escucha su pregón 

en la frívola oscuridad, arrogante escudero 

atenta contra el alboreo y su atizador.

El territorio del sol y la luna son linderos,

no quieren que se acabe su fogón,

la noche a huellas despide su feroz fuego.

En otra albera se destiñe la luz mortecina

donde agoniza lento en sus faldas campesinas.
 
 
 
Dentro del vientre de la noche

el viento barría las hojas como péndulo 

dejaban seca la tierra, como fósiles,

y apartaban raíces del suelo crédulo,

morían resecas de tirar al viento reproches,

se rindieron ante el rey, su émulo

donde pueblos enemigos perduran 

es crónica la pendencia, más reposa en la cuna.

 

-Isabel. O