Alexander Miller

Mi amada...

Oye, amada, amada querida
pedazo de cielo, pilar de mi vida
no solo tú quedas dolorida
cuando aprovecho que aún estás dormida
y abandono el cuarto como cada mañana
pues le duele también a mi alma
el separarse de quien más ama,
pero no puedo hacer más, el deber me llama.

 

Alejarme de tu cálido abrazo, vida mía,
en el nacimiento frío del nuevo día
no es fácil, como tal vez otro esperaría
y tampoco imposible, como yo querría.
Y quién diría que estos tempranos espectros
serían los dramas precisos y correctos,
que se transformarían en los dolores perfectos
para hacer más hermosos nuestros reencuentros.

 

Y ya sea lo mucho o poco que te estime,
te desprecie, te regalonee, te lastime,
o te demuestre el amor más sublime,
tú, dulzura, siempre vas a recibirme
con compasivas muestras de cariño.
Sin importar el orden que te rapiño
hoy de adulto, y más ayer, de niño,
cada ofensa respondes con un guiño.

 

En ti, afirmé cada uno de mis pasos,
fui creciendo calentito entre tus brazos,
reí, grité, disfruté, y lloré en tu regazo
todas mis victorias y todos mis fracasos.
Fuiste la mejor compañera para jugar,
pero no muy buena cuando debía estudiar,
eres paz, mi mala influencia, mi descansar,
mi calma, mi consejera, con quien quiero estar.

 

Mi amada, madre, amiga, hermana
me siento oveja, tú eres mi lana,
si yo soy el enfermo tú sé quien me sana,
y, como la bruja, tú sé la manzana
que en una mordida me devuelva la calma,
pues sin ti soy perro sin su ama,
caballero sin su dama, pez sin escamas,
sin ti se va el aire, me abandona el alma.

 

Por eso me duele cuando subo la persiana
y me dice, con desdén, la luz de la ventana
que ya es hora, que ha vuelto la mañana,
que me separe de nuevo de mi hermana,
mi manzana, mi exagerado amor, mi dama,
mi euforia, mi compañera, mi paz, mi ama,
mi vida, el inicio y cierre de este sempiterno drama:
el separarme cada día de mi amada… mi amada cama.