Caminé descalzo por tierras ajenas, buscando respuestas en miradas lejanas, perdido entre voces que no eran mías, perdido en reflejos de otros días.
Quise ser río, quise ser montaña,
quise ser viento, quise ser hazaña.
Pero en cada intento, algo se rompía:
un eco callado que en mí insistía.
“Vuelve a casa”, susurró el silencio,
“en tu propia piel está el comienzo.
No busques afuera lo que hay en tu pecho, ni niegues las grietas que forman tu techo.”
Miré mis manos, llenas de cicatrices,
cada una un mapa de viejas raíces.
Entendí, al fin, que en mis imperfecciones habitan los versos de mis canciones.
No soy río, ni montaña, ni viento;
soy la lluvia suave, soy mi propio intento.
Soy el paso torpe, soy la mirada clara,
el abrazo interno que nunca se separa.
Hoy camino lento, pero sin prisa,
siento en mi pecho la brisa precisa.
He dejado de buscar, ya no estoy perdido: me encontré en mí mismo, y estoy convencido.
-G.A-