En la quietud donde nace la palabra,
un murmullo del universo desgarra.
Es la voz del viento, libre y viajero,
que lleva secretos de un mundo sincero.
Las estrellas, faroles de la inmensidad,
tejen historias con hilos de soledad.
Cada chispa en el cielo es un latido,
un alma perdida o un sueño escondido.
¿Quién escucha el lamento del río?
¿Quién comprende su canto sombrío?
En sus aguas fluye la esencia del tiempo,
susurrando verdades que lleva el silencio.
El bosque respira en una melodía,
una sinfonía que nunca termina.
Sus raíces se abrazan al corazón,
y sus hojas bailan en suave oración.
El hombre camina, su sombra alargada,
por senderos de dudas, su alma cansada.
Busca respuestas en el polvo estelar,
en las olas que rompen o el fuego lunar.
Pero el universo, sabio y callado,
no da certezas ni sueños dorados.
Solo murmura en un eco profundo:
Vive, sé luz en la vastedad del mundo.
Y así seguimos, mortales y libres,
escribiendo historias en lienzos invisibles.
Bajo cielos eternos y lunas fugaces,
somos polvo y espíritu, eternas fases.