Y como aquel poeta que
con suave arcilla formó diez gorriones,
los lanzó al cielo en un susurro,
dejando que el viento los hilara.
De sus manos brotaban vuelos,
sombras aladas de su canto,
y cada pluma era un eco
de la palabra que no quiso decir.
Porque en el barro encontró su voz,
y en la fuga, el silencio que anhelaba.
Y aquellos gorriones,
tan frágiles, tan eternos,
llevaron consigo su secreto,
uno que el aire no pudo atrapar.
Y al final,
¿qué es el poeta,
sino un alfarero del aire?
Modelando vuelos en lo intangible,
dejando que el cielo
sea el único testigo.
P Sabag, palabras escapándose