Asediándote siempre enamorada
la parca te ofrendó la nieve pura
y dos alas de espléndida blancura
envidia de la rosa perfumada.
Como un toro llegó al atardecer,
como un toro, embistiéndole a la vida,
y en plena juventud de amor ungida,
rompió el sino tus sueños de mujer.
Cuando mis ojos tu partida vieron
ya el carmín de tu rostro marchitado,
renegaron del cielo y de tal suerte.
Y mis labios dos lágrimas bebieron,
al saber que te había lacerado
la impasible cornada de la muerte.