OscarCampos

(Trece)

 

Una flor silvestre,

al borde del acantilado,

el viento parece quebrar

su flexible tallo se arrodilla,

pareciera escuchar el canto del vacío.

La fragilidad,

no es debilidad, nos sostiene,

 escuchamos su canto

 percibimos su aroma,

donde nace un manantial de agua”.

 

El habitante de la ciudad,

calla, hasta cierra sus ojos,

atrapado en su silencio,

atrapado en su miedo,

y su mirada atascada en vitrinas,

como el polen diseminado sin huellas.

 

En la amplitud del desierto,

el joven escucha una voz,

“soy un animal atrapado

 en las grietas del silencio

despierto al crepúsculo,

cada día busco la memoria,

como un dios diminuto,

que decide beber una copa,

 un elixir de mi cuerpo,

así la fragilidad es un dulce

acero, como un hilo de agua,

nutre mi cuerpo desértico.”

 

El escorpión desapareció:

“A veces, quien teme,

olvida la fragilidad,

alimenta tu alma,

 el peligro deja de ser agridulce,

como la vida breve,

 la fragilidad te sostiene

en el abismo.”

 

La ciudad guarda en las esquinas

las preguntas y lo miedos

pero el asombro deteriorado

casi olvidado, se sostiene

en una telaraña.

La fragilidad respira en una grieta,

que guarda el agua que se desliza

esperando ser hallada.