Carlos Estrada Monteagudo

La Cita Rota

                                              “El hombre es un péndulo entre la sonrisa y el llanto”                                                

                                                                                                                                               Lord Byron

La Cita Rota

 

Fue una mañana de octubre,

una de luces fastuosas,

la antigua arboleda erguía

llamas de otoño en sus copas

y el vaivén de la ventisca

se orlaba de aves cantoras

y los follajes lloraban

su lluvia dorada de hojas.

 

Llevaba el aire añoranzas

del néctar de aquella boca,

del fuego de aquellas manos

y de aquella piel, su aroma.

Y en aquel parque propicio

para idilios de deshora

cierto joven desplegaba

su esperanza viento en popa.

                 

La víspera, ilusionado,

él suplicó a la preciosa

que ante su amor acudiera

como va el mar a las costas

y creyó el enamorado

ver en sus ojos de aurora

que ella ardía en erupciones

de pasión abrasadora.

 

Él llegó a tiempo al encuentro,

feliz y haciendo cabriolas

guardaba, hincándole el pecho,

para ella una rosa roja.

Pobre bufón, no sabía

que la ilusión más devota,

si no es bien correspondida

de pena se desmorona.

 

Él la esperaba impaciente

pensando: “No están de moda

ya para muchos las citas,

ni los versos, ni las rosas”.

Y le asaltaba la duda:

“¿Me querrá en verdad mi diosa

de hechiceros ojos verdes

y mirada lujuriosa?”

 

Y ante sus vacilaciones

se alzaba, terco cual roca

que al océano se enfrenta,

su afán por verla dichosa.

Y a ratos se preguntaba

las mismas preguntas tontas:

“¿Qué le podrá haber pasado?

¿Por qué es tanta la demora?”

 

Así fue alzándose el día,

pasaron dos largas horas

y allí el iluso aguardando,

no admitiendo su derrota:

“Seguro se habrá atrasado,

¡ten calma, ansiedad odiosa!,

en breve estará llegando

cual primavera ruidosa”.

 

Pero del hada ni el rastro

y de su magia ni gota,

nada de abrazos furtivos

ni de besos que sofocan.

¡Ay, su tez de sol naciente,

ay, su sonrisa que aloca,

ay, su melena de seda,

ay, su voz, canto de alondra!

 

Y la gente que pasaba

lo observaba con burlona

curiosidad que indagaba:

“¿Y tanto esperar no agota?”

¡Cuántas veces el demente

equivocola con otra

muchacha, que se acercaba

ignorando su zozobra!

 

Cuando entendió que a la larga

no vendría la orgullosa

vio asomarse a sus anhelos

su aflicción abrumadora;

se rasgó el velo de ensueños

de su ánima fantasiosa

y juró que no amaría

de la ninfa, ni su sombra.

 

En un arranque de furia

sacó del pecho la oronda

flor fatal de su alma herida,

de su amor, alentadora.

Quiso aplastarla, pero algo

impidiole hacer tal cosa:

“Tal vez al final un joven

se la regale a su hermosa”.

 

Y se fue con pies de plomo

y abandonó allí la rosa

sobre un gris banco desierto

cual estéril mancha roja.

Y se alejó conteniendo

el llanto de su congoja

y el otoño ungió en silencios

su faz por la cita rota.

 

Carlos Estrada Monteagudo

\"No me busques antes del Alfa ni después del Omega
pues solo existo en algún punto intermedio
que es el Edén florido de tu Amor\"
 
Textos incluidos en poemario \"Remembranzas Añejas\"
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