A mí me pesan estas fechas; el nacimiento del niño Jesús, el fin de un año y el comienzo de otro. Me pesan porque las pérdidas duelen mucho, y la tuya, en particular, me duele aún más en estas circunstancias de tanto dolor y tristeza que me acompañan constantemente. La compañía que me rodea en este momento no es de mi agrado, y tampoco lo es el lugar donde me encuentro. Solo pienso y siento que mi cuerpo clama por un respiro, algo que me ayude a pasar este momento amargo, aunque luego me haga llorar.
Lo cierto es que busco en lo más profundo de mi ser y la respuesta es la misma que he tenido durante trece meses: mi cielo grande. Porque cuando pienso en ti y recuerdo tu carita, mis ojos se llenan de lágrimas y mi corazón sufre. Es un dolor que se entrelaza con otros y todo se vuelve una carga casi insoportable. Me siento sola y triste, caída y desamparada, intentando recordar en qué sillón te acaricié antes de dormir.
La música melancólica de fondo y las otras canciones, aunque más ligeras, me resultan igual de angustiantes. Me esfuerzo por mostrar un rostro desinteresado y emocionalmente fuerte, pero es una fachada que apenas logro mantener. La verdad es que estoy sufriendo y que te extraño mucho.