La muerte quiere ir a abrazarme, me dio palabras encadenadas y me dio un reloj desquebrajado, con manecillas agonizantes, unos gritos míos que buscaban sobrevivir, pero el tiempo dejó una herida entreabierta donde me dediqué a buscarte, un lugar donde los días dejan su piel en los vientos, donde los milenios se diluyen en el agua, pude encontrar el color de tus ojos que requería mi vida.
Entonces toqué los detalles de tu interior de lo que ya no existe, dónde el tiempo buscaba curar su herida, pues se desgarraba los siglos, esta poesía desfiguró el tiempo y la misma muerte perdió su memoria.
Ya la muerte había quebrado su pacto, entonces el tiempo iracundo al fin se desplomo por tu recuerdo, nos vimos más allá de la muerte y el tiempo, éramos como la chispa que encendía desde una estrella muerta a una galaxia entera, florecíamos donde no debíamos florecer, el universo quedo gravemente suspendido.
En un paraje donde el eco no nace y la vida se extingue, resonaba tu llamado, devolviéndome la vida, un fulgor en la penumbra infinita, era la llama indómita de tu espíritu, instándome a cruzar el universo en busca de lo eterno.