Iago A.

El amor, hijo del viento

El amor es hijo del viento,

por eso no se puede esfumar,

porque ya es parte del aire como centro,

acercándose libremente al litoral.

 

En la piel se va curtiendo,

son las fuerzas de la ley.

La sed se fue encendiendo;

son todas cosas que lo conquistó.

 

Entre el polvo y las sales,

se salen a buscar

respuestas inusuales

y otros contrastes del más allá,

sí, contrastes del más allá.

 

El amor es hijo del viento:

da a veces luz y a veces no.

En las sombras yo lo veo,

presumiendo la ilusión.

 

El amor es parte del aliento,

que se siente como miel.

Es un lucero, en ocasiones opacado

de tanto creer, de tanto creer.

 

El amor seguirá siendo un ave,

el cual no se le puede detener;

va siempre entre los humedales,

recalcando el ayer.

 

Sus alas son suaves

y tiernas a la vez, como caricias

distinguibles y apacibles,

en flor de piel, oh, de piel.

 

Las estrellas son fugaces

y fáciles de esconder;

triste es enterarse

si te sucede a ti también sin querer, a ti también.

 

El amor es hijo del viento:

da a veces luz y a veces no.

en las sombras yo lo veo,

presumiendo la ilusión.

 

El amor es parte del aliento,

que se siente como miel.

Es un lucero, en ocasiones opacado

de tanto creer, de tanto creer.

 

Las lluvias y los ríos

penetran con desazón.

Los libros del olvido

son los recuerdos del adiós.

 

Los latidos son pulsos lentos

que anuncian el finito azul

de las llaves de las puertas

de este quebrado interior, roto interior.

 

Las lunas llenas llevan su nombre,

las cales su corazón,

las arcillas los colores

y el abrigo de un tiempo mejor, oh, tiempo mejor.

 

El amor es hijo del viento:

de las luces sale una canción.

En las sombras otra vez lo veo,

presumiendo una ilusión.

 

El amor es parte del aliento,

que se siente como dentro del ser.

Es un lucero titilando

por tanto soñar, por tanto soñar.

 

Las realidades

son cada vez más complejas de entender,

y entre las esferas de las verdades

se esconden lo más bien, lo más bien.

 

Son presunciosos los males

que a cualquiera le pueden recaer;

son profundas las señales

que nos indican qué hacer, y qué hacer.

 

El amor seguirá siendo un ave,

el cual no se le puede detener.

Va siempre entre los humedales,

recalcando el ayer, oh, aquel ayer.

 

El amor es hijo del viento:

da a veces luz y a veces no.

En las sombras yo lo veo,

presumiendo la ilusión.

 

El amor es parte de los sueños,

que se siente como miel.

Es un lucero, a veces apagado

por tanto creer, por tanto creer.

 

El amor es hijo del viento;

parece que no da tregua, pero noble es,

porque es mal recordado, pero nunca fue así, así no fue.

 

El amor es hijo del aliento,

y sigo buscando cómo comprender

cómo puede ser tan sincero,

así sin nada más, sin nada más que hablar y que hacer.