OscarCampos

(Dieciséis)

 

“La soledad, a veces, te hiere,

la miras como si tu cuerpo

dependiera de cada mano,

de cada rostro:

una isla diminuta,

una oración perdida en la ciudad.

el hilo más débil te sostiene,

te ata al olvido y se aleja.

 

Tu soledad,

 un pincel que dibuja tu espíritu,

suaviza las heridas en cada pincelada,

cada línea profundiza los días

que hacen de ti, un paisaje.

¿Por qué hay ciudades y momento grises?

Quizás, la soledad,

está hecha de luz y sombras.

un delgado equilibrio que descubres,

cuando miras a los ojos.”

 

El joven, en el desierto,

contempló el universo vacío.

Su estrella había escapado,

quedando la inmensidad,

 amarrada al silencio,

era el único eslabón

de su soledad.

 

Comprendió que tenía que abrir

una puerta hacia adentro,

 para estar consigo,

en el aprendizaje de la vida íntima:

el silencio,

la soledad.

 

El habitante solitario

queda al borde de su sombra,

su cuerpo busca un dialogo,

las palabras parecen una irreflexiva

 danza Invisible de dudas.

 

La soledad parece un pozo

en medio de la ciudad,

es un puente de ruido,

pero cuando el silencio

se desliza un minúsculo tiempo,

el habitante no es el mismo,

parece que su voz callada

tuviese alas.

Hay habitantes errantes en el bullicio,

hay habitantes que beben agua del pozo,

hay habitantes parecen hechos de sombras.

 

A veces, la soledad

llega con sus manos sin flores,

sin embargo,

 la habitación se vuelve bella.