“La soledad, a veces, te hiere,
la miras como si tu cuerpo
dependiera de cada mano,
de cada rostro:
una isla diminuta,
una oración perdida en la ciudad.
el hilo más débil te sostiene,
te ata al olvido y se aleja.
Tu soledad,
un pincel que dibuja tu espíritu,
suaviza las heridas en cada pincelada,
cada línea profundiza los días
que hacen de ti, un paisaje.
¿Por qué hay ciudades y momento grises?
Quizás, la soledad,
está hecha de luz y sombras.
un delgado equilibrio que descubres,
cuando miras a los ojos.”
El joven, en el desierto,
contempló el universo vacío.
Su estrella había escapado,
quedando la inmensidad,
amarrada al silencio,
era el único eslabón
de su soledad.
Comprendió que tenía que abrir
una puerta hacia adentro,
para estar consigo,
en el aprendizaje de la vida íntima:
el silencio,
la soledad.
El habitante solitario
queda al borde de su sombra,
su cuerpo busca un dialogo,
las palabras parecen una irreflexiva
danza Invisible de dudas.
La soledad parece un pozo
en medio de la ciudad,
es un puente de ruido,
pero cuando el silencio
se desliza un minúsculo tiempo,
el habitante no es el mismo,
parece que su voz callada
tuviese alas.
Hay habitantes errantes en el bullicio,
hay habitantes que beben agua del pozo,
hay habitantes parecen hechos de sombras.
A veces, la soledad
llega con sus manos sin flores,
sin embargo,
la habitación se vuelve bella.