Un libro abierto con su separador sin sospecha
De su mortandad;
Otro - libro- que debajo espera emigrar
La desgana y lo útil sea palabra que salga
A dejar huella.
Una pequeña roca con un orificio donde
La pluma erguida encuentra aposento parece
Haber dibujado insogne.
El cargador del móvil desparramado donde
Lo mismo el satélite pasaba por un iglú Inuit
Que por la árida tierra de un Tuareg sabiendo
Que el tiempo no es ninguna memoria, y eso
Sin contar, lo cuento, cómo bailan los lobos
Alrededor de un buen fuego donde Tantanka
Se dejó ver y provocar danza.
Una pequeña lámpara de Saturno que sabe
Que la luz, aunque lejana, llega justo para
Considerarse hermana de solitaria vela.
Un rayo de luz plateado entra por las rendijas
De la persiana formando luceros y me
Recuerda que la noche también guarda granizos,
Entonces, en ese mismo instante, aparece
Una zapatilla divorciada esperando reconciliación,
Lo bueno es que no hay que pagar a la iglesia,
Eso significa la ausencia de testigos para volver
El, sí, quiero.
De ninguna huella se diría el que graba
En el lodo de otra forma, perdería toda semántica,
Por eso la oquedad de mi habitación no se podría
Llamar de otra manera y se llama como yo
Donde, no siendo mundo, lo es y no posee
Fronteras.
Mi escritorio es un ejemplo vivo de mi nombre
Y apellidos donde eso que escribo no duda
De su existencia y proclama clandestino: no,
No podría llamar ni llamarse de otra puritana
Manera.