Golpea la tierra, y suplica,
derrama lágrimas.
La humedece de ternura,
para despertar su vientre,
para calmar su hambre
y el de tantos
que la creen yerma
porque pierden la fe.
Sabrán, es la conciencia.
Caen en la desesperación.
Porque han roto el vínculo
que sostuvo estrechos lazos;
el himen de la honradez
que daba trato de alimento
y no de mercancía
a los frutos de la tierra.
La tierra ahora aguarda,
espera un reencuentro.
Está en reposo.
Es un llamado su vientre.
Germina para una familia,
con el objeto de calmar
las inquisitivas cuencas de la pobreza,
granos se abren con esperanza,
frutos se derraman hasta saciar
la ambrosía del que vive.
Espera. Late agitado su corazón.
Aunque a veces
tenga apariencia de páramo,
de pobre vegetación,
de desierto, de soledad y dureza,
y la piel esté reseca y estéril
sigue siendo hogar.
Revulsiva del mismo candor.
La misma vida en su vientre.
Duerme ahora y sueña.
Recuesta su cabeza en la tierra
casi sin fuerzas.
En la llama de los relatos
se entrega tiernamente
y acaricia a su madre.
José Luis Galarza (Argentina, 2024)
\"Niña llorando\" de Oswaldo Guayasamin