Isabel Ortiz

Orilla en una vida

Una caminata junto al mar,

rozando sus olas rastreras

y sintiendo el beso al nadar

con la arena que se entierra

que es lenta en el caminar.
 
 
 
En las desembocaduras de su lecho,

muero en su vacuo suscitar;

marineros surcan en su cuerpo,

la proa se clava al espetar

en sus sienes y en su pecho.
 
 
 
Entre transitorios placeres vástagos,

islas azotadas de agua a zarpas,

emparentadas con gemidos de náufragos 

que se condensan en espuma enagua

y se experimentan insaciados.
 
 
 
Son sus bailes devotos

oleajes ariscos de borbollón alambre,

aplastantes flores de olmo,

algarabías silenciosas e inefables 

que caen en el azul lustroso.
 
 
 
Más allá de los juncos de su marea

en el pintoresco cuadro,

toda la vida leída se imprenta

a los mojados paisajes atenuados 

y los navíos retorcidos se reflejan.
 
 
 
Envuelven hasta la sed invaluable, 

sedantes espumas de marfil,

lo circunda en un roce estable,

y hondean en un golpe por desistir,

un murmuro derruido en densidad maleable.
 
 
 
Que suenen los timbales junto a su himno,

que lo escuchen los desairados y venerados

que el aullido del frígido centrisco,

lo sientan en sus secas manos, 

bebiendo y encogiendo en su ritmo.
 
 
 
En su arcano vientre dilucidar,

divisando su agria grosella,

para probar el dulce mar,

el magullón del mar en la almena,

una llamada al paladar.
 
 
 
Que choquen cimitarras al vidrio

y en el eco se rompa la voz

que dejen en el molde un indicio
 
y en la acción se pierda la acción 
 
para así dejar rastro certero de su lirio.

 

-Isabel